El
murciélago, al principio era tal y como lo conocemos hoy, y se
llamaba biguidivele (biguidi = mariposa y vela = carne; el nombre
venía a significar algo así como “mariposa desnuda”).
Un
día de mucho frío, subió al cielo y le pidió plumas al Creador,
como había visto en otros animales que volaban. Pero el Creador, no
tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y
pedir una pluma a cada ave.
Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.
Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.
Cuando
acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran
número de plumas que envolvían su cuerpo.
Consciente
de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los
pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora
emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una
vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.
Pero
era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada
vez más ofensivo para con las aves.
Con
su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su
lado, sin importarle las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al
colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de
su belleza.